La asequibilidad siempre ha sido una preocupación clave tanto para los consumidores como para los responsables políticos. Sin embargo, en los últimos años, esta preocupación se ha intensificado debido a los picos en los precios de los combustibles fósiles durante la crisis energética global, lo que ha ejercido una presión adicional sobre el costo de vida. En 2022, los consumidores de todo el mundo gastaron casi 10 billones de dólares en energía, un promedio de más de 1,200 dólares por persona, incluso después de considerar los subsidios y el apoyo de emergencia proporcionado por los gobiernos. Este gasto representa un aumento del 20% en comparación con el promedio de los cinco años anteriores. Algunos países y comunidades sufrieron un impacto mucho mayor, y los precios elevados afectaron especialmente a las poblaciones más pobres y vulnerables, tanto en economías en desarrollo como avanzadas. De hecho, casi una de cada diez personas en la Unión Europea –más de 40 millones de personas– no pudo mantener sus hogares adecuadamente cálidos.
En el contexto de las transiciones hacia energías limpias, la asequibilidad y la equidad son cuestiones centrales que han alimentado el debate. Desafortunadamente, este debate a menudo se ve distorsionado por dos percepciones erróneas. La primera es la idea de que las presiones actuales sobre el costo de vida están relacionadas con la energía limpia, cuando la verdadera causa es la crisis de suministro de gas provocada por los recortes de la Federación Rusa a Europa. La segunda percepción errónea es que las tecnologías de energía limpia son siempre más caras que las basadas en combustibles fósiles, algo que no está respaldado por los datos.
Sin embargo, es importante reconocer que existen preguntas legítimas sobre los riesgos para la asequibilidad que podrían surgir durante las transiciones hacia energías limpias. ¿Cómo se financiarán estas transiciones? ¿Cómo se distribuirán los costos y beneficios entre las diferentes comunidades y sectores? Estas son cuestiones fundamentales que debemos abordar si queremos garantizar que la transición hacia energías limpias sea justa y accesible para todos.
Nuestro sistema energético actual está plagado de inequidades. La más fundamental de estas es que 750 millones de personas en todo el mundo aún carecen de acceso a la electricidad, y más de 2 mil millones no tienen acceso a tecnologías y combustibles de cocina limpios. Además, existen grandes disparidades en el uso de energía y la capacidad de pago entre diferentes grupos de ingresos dentro de las sociedades. En las economías avanzadas, el 10% más pobre de los hogares gasta casi una cuarta parte de sus ingresos disponibles en energía residencial y combustibles de transporte, a pesar de consumir aproximadamente la mitad de estos combustibles que el 10% más rico, que gasta solo el 5% de sus ingresos en energía. Estas disparidades son aún más pronunciadas en las economías en desarrollo, donde el grupo más pobre consume una cuarta parte de lo que consume el más rico, y a menudo carece de servicios energéticos modernos y confiables. Por lo tanto, una pregunta clave para una transición energética exitosa es cómo diseñar políticas que aseguren el acceso a la economía de energía limpia para países, comunidades y hogares de bajos ingresos.
La reducción de costos de tecnologías limpias clave ha abierto una gran oportunidad para trazar un nuevo rumbo en el sector energético. Las opciones limpias y eficientes son ahora, a menudo, las más asequibles, especialmente cuando se consideran los costos a lo largo de la vida útil. Estas reducciones de costos han sido impulsadas principalmente por un círculo virtuoso de innovación, despliegue acelerado, economías de escala y apoyo político.
En 2023, más del 95% de las nuevas instalaciones de energía solar fotovoltaica (PV) a gran escala y la nueva capacidad eólica terrestre tenían costos de generación más bajos que las nuevas plantas de carbón y gas natural. Además, los vehículos eléctricos y los electrodomésticos eficientes, como las unidades de aire acondicionado, suelen recuperar cualquier prima inicial con menores costos operativos a lo largo del tiempo.
Un sistema energético más electrificado, rico en energías renovables y eficiente no solo trae importantes beneficios ambientales, sino que también mejora la asequibilidad. Cuando se consideran todos los costos de suministro de energía, el camino hacia emisiones netas cero para 2050 (NZE) resulta ser menos costoso a nivel global que continuar con las políticas actuales. Esto se debe a que los costos operativos de un sistema energético que se descarboniza rápidamente son mucho más bajos a medida que se reduce la necesidad de comprar combustibles. Hoy en día, alrededor del 50% del gasto energético total de los consumidores se destina a productos derivados del petróleo, y otro 35% a la electricidad. En las transiciones energéticas rápidas, estas proporciones se invierten, haciendo que el precio de la electricidad sea la medida clave de asequibilidad para la mayoría de los consumidores.
El cambio climático ya está afectando vidas y medios de subsistencia en todo el mundo, y las comunidades pobres y vulnerables están en la primera línea. Esto ha aumentado la conciencia en muchos países sobre la necesidad de avanzar con acciones para reducir las emisiones, así como sobre los beneficios que esto aporta a una variedad de objetivos de desarrollo sostenible. Por ejemplo, la combinación de mayor generación de electricidad limpia, transporte electrificado, eliminación progresiva de combustibles contaminantes y progreso en el acceso a combustibles de cocina limpios puede llevar a una mejora significativa en los resultados de salud, particularmente en las economías en desarrollo, incluyendo un 40% menos de muertes por contaminación del aire para 2035.
Sin embargo, para poder cosechar los beneficios de las transiciones hacia energías limpias, es fundamental desbloquear los niveles más altos de inversión inicial que se requieren. Actualmente, se invierten alrededor de 3 billones de dólares cada año en el sector energético, de los cuales 1.9 billones de dólares se destinan a tecnologías e infraestructuras de energía limpia. Para 2035, estas inversiones totales deberán aumentar a 5.3 billones de dólares, con 5 billones de dólares destinados exclusivamente a energía limpia.
En particular, es crucial que aumenten las inversiones en las economías emergentes y en desarrollo fuera de China, cuya participación en la inversión en energía limpia es solo del 15%, a pesar de representar dos tercios de la población mundial y tener perspectivas de rápido crecimiento en la demanda de energía.
En conclusión el examen definitivo de la asequibilidad en las transiciones energéticas es lo que sucede con las facturas de energía de los consumidores. Al final, los consumidores tendrán que pagar por las inversiones necesarias para transformar el sistema energético, ya sea directamente a través de las facturas o indirectamente a través de impuestos o el costo de bienes y servicios. Proyecciones indican que las transiciones rápidas hacia energías limpias resultarán en facturas más bajas para los consumidores en comparación con un trayecto basado en las políticas actuales. En las economías avanzadas, el gasto total en energía en el Escenario NZE para 2035 será un 20% más bajo que en el STEPS. Sin embargo, en las economías emergentes y en desarrollo, la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles es clave, aunque esto puede aumentar los gastos energéticos para algunos hogares más acomodados. Para garantizar que las transiciones sean justas y equitativas, es vital acompañar este proceso con mecanismos de apoyo dirigidos a quienes más lo necesitan, al tiempo que se maximiza la participación del sector privado y se mantiene un control sobre las finanzas públicas.
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