Los altos precios de la energía han contribuido a una inflación dolorosamente alta, empujando a familias a la pobreza, obligando a algunas fábricas a reducir su producción o incluso a cerrar, y ralentizando el crecimiento económico al punto de que algunos países se dirigen hacia una grave recesión. Europa, cuya oferta de gas es particularmente vulnerable debido a su histórica dependencia de Rusia, podría enfrentar racionamiento de gas este invierno, mientras que muchas economías emergentes están experimentando aumentos bruscos en las facturas de importación de energía y escasez de combustible.

Si bien esta crisis energética comparte algunas similitudes con los choques petroleros de la década de 1970, existen diferencias importantes. La crisis actual involucra a todos los combustibles fósiles, mientras que los choques de la década de 1970 estaban limitados principalmente al petróleo en un momento en que la economía global dependía mucho más del petróleo y menos del gas. Además, la economía mundial está mucho más interconectada que hace 50 años, lo que magnifica el impacto. Es por eso que podemos referirnos a esta crisis como la primera crisis energética verdaderamente global.

Las consecuencias de esta crisis no se limitan al ámbito económico. En Europa, algunas plantas manufactureras intensivas en gas han reducido su producción porque no pueden costear seguir operando, mientras que en China algunas simplemente han visto interrumpido su suministro de energía. En las economías emergentes y en desarrollo, donde el porcentaje del presupuesto familiar destinado a energía y alimentos ya es considerable, las facturas de energía más altas han aumentado la pobreza extrema y han obstaculizado el progreso hacia el acceso universal y asequible a la energía. Incluso en las economías avanzadas, los precios en aumento han afectado a los hogares vulnerables y han causado tensiones económicas, sociales y políticas significativas.